Corría el mes de agosto de 1939. Hitler y Stalin deciden repartir el territorio polaco. Pese a que los servicios de inteligencia franceses, británicos y estadounidenses lo supieron con anticipación, no le advirtieron a Polonia para evitar conflicto con la Unión Soviética. “Fue una sorpresa muy dolorosa”, narra Elzbieta Buczkowska, académica de origen polaco.
Durante los próximos dos años, hubo cuatro deportaciones de las zonas fronterizas del este hacia Siberia. Aquí empieza la historia de La niña polaca, libro que fue presentado en la IBERO Puebla a instancias de la Maestría en Literatura Aplicada. La obra narra la historia de Ania, joven a quien a punto de cumplir los 15 años se le cae el mundo a pedazos cuando su pueblo es invadido por la Unión Soviética. Junto con su familia, es trasladada al gulag siberiano, nombre de los campos de trabajos forzados.
Mónica Rojas, autora del libro, relata el terrible viaje en tren hasta Siberia en condiciones lamentables: sin comida, con frío extremo y una epidemia de tifus. “Las partes descriptivas del libro son fuertes, les animo para que lean; no sólo el viaje, también luego la estancia en Siberia, igual el viaje que continúa. Creo que son partes muy bien logradas de la novela”, comentó Elzbieta.
Tras el trayecto, llegaron a un campo donde trabajaban hasta morir; casi sin comer y entre epidemias. Se estima que de los dos millones que llegaron a estos campos, sólo 125 mil lograron salir. Cuando en 1941 Hitler invade la Unión Soviética, Stalin cambia de bando y esto abre la posibilidad para que los polacos sean liberados, con la condición de unirse al ejército soviético.
El comandante, el general Anders, comienza a sacarlos hacia Medio Oriente, llegando a Irán, que estaba ocupada por los británicos. Ahí, los protagonistas se unen al ejército inglés. Posteriormente, de los sobrevivientes, un total de mil 453 deciden viajar a México a refugiarse en lo que termina la guerra. El libro narra el trayecto del barco, que zarpó desde Bombay, pasando por Nueva Zelanda y Australia; para llegar en el verano de 1943 a la Hacienda de Santa Rosa, en Guanajuato, México.
Para Elzbieta, el mensaje principal del libro es “en una sola palabra: esperanza; que se traduce en la lucha interna de los personajes para no convertirse en una persona transformada por el campo (gulag); un peligro más grande que morir. Convertirse en una persona totalmente egoísta, dispuesta a robar la comida del otro o comerse al otro”.
La autora Mónica Rojas señaló que es muy importante tener el contexto y la visión histórica, para darle una lectura mucho más profunda. Le da mucho gusto que su escrito sea un buen punto de partida, “una provocación”, para acercarse a la historia de una manera distinta, pues uno de sus objetivos fue cambiar el foco de los sucesos.
Le parecía que en México estaban muy definidos los roles de la Segunda Guerra Mundial: buenos y malos. La percepción de la Unión Soviética que ella tenía es que eran los buenos; hasta que, en León, Guanajuato, le hablaron de los gulags. Cuando tuvo contacto con las primeras víctimas, sintió “un compromiso y una obligación con las personas que me habían confiado su historia”; y fue recolectando testimonios para entender bien lo que había ocurrido.
En ese camino, se le fueron disipando las fronteras entre lo bueno y malo, entre héroe y villano. Con toda la información fidedigna y testimonial, se animó a escribir La niña polaca como una nueva manera de entender lo que se ha dado a conocer de manera oficial. “Vale la pena acercarse a estas historias que nos permiten repensar y reconceptualizar la historia, yendo de la mano de la literatura”, apuntó.
Finalmente, Mónica Rojas reveló que con su obra busca rendir un sentido tributo y un homenaje a todas las víctimas, que no son únicamente de la Segunda Guerra Mundial, sino que se siguen contando actualmente. “Todos esos testimonios silenciados, todo esto de lo que no queremos saber porque mancilla nuestra estabilidad, es precisamente lo que quiere visibilizar La niña polaca”.