La Tierra rugió. Un sismo de 7.1 en la escala de Richter azotó la comunidad de Axochiapan (Morelos) en una fecha que ya era sinónimo de terremoto. Un par de horas antes, el país entero activó sus mecanismos de contingencia para ensayar por enésima vez qué hacer cuando el suelo decida moverse de forma súbita.
El simulacro se convirtió en preámbulo para el caos de las 13:14 horas: las cifras oficiales en Puebla reportaron 46 muertos, 105 heridos y 32,000 viviendas afectadas, de las cuales 7,125 se redujeron a escombros. Todo en cuestión de segundos.
A cinco años de aquel septiembre telúrico, cientos de familias continúan en búsqueda de una normalidad que les fue arrebatada y a la que se le sumaron los estragos de una pandemia que no termina de irse y las múltiples vulnerabilidades históricas.
Tal es el caso de Manuela Velázquez, una mujer de la tercera edad que, como miles, perdió su hogar el 19 de septiembre de 2017.
Sin papeles de identidad y con una discapacidad psicomotora, Manuela vivía bajo el cuidado de su madre en una casa de adobe que no resistió los embistes tectónicos; solo quedó en pie una antigua puerta color azul.
Tras la muerte de la madre, Manuela se mudó con su nuera a unos pasos de su viejo hogar. Rápidamente fue adoptada por sus vecinos en la comunidad de Huejotal, aunque, como coinciden varias voces, es una mujer tan independiente como alegre.
Volver a comenzar
Mientras que Manuela tuvo que arreglárselas para salir de su casa tan pronto como empezó el movimiento trepidatorio, Aurora Berlanga Álvarez apagó cámaras y micrófonos y salió del Laboratorio Audiovisual de la IBERO Puebla con su entrevistado del momento, un hombre de la tercera edad, tomado del brazo.
El crujir de los edificios al colisionar entre sí se mezcló con el clamor de una multitud que, en cosa de nada, echó los protocolos por la borda y resguardó su vida como pudo.
Al día siguiente, una oleada humanitaria inundó los accesos de la IBERO Puebla. Cientos de integrantes de la Comunidad Universitaria, principalmente estudiantes, prestaron sus servicios en el acopio, gestión y distribución de víveres en las regiones más afectadas.
Al mismo tiempo, comenzó el reclutamiento de talento deseoso de colaborar en tareas in situ de mayor complejidad, como el levantamiento de escombros y el apoyo a la recuperación integral de las familias.
Santiago Huejotal (Huaquechula, 500 habitantes) y Santo Domingo Ayotlicha (Tlapanalá, 850 habitantes) son dos comunidades de la Mixteca Poblana con las que la IBERO Puebla ha colaborado desde hace 18 años. El vínculo inició con el viaje de un par de académicas y pronto se convirtió en una relación de aprendizaje bilateral y acompañamiento desde las plataformas de voluntariado y servicio social que ofrece la Universidad.
Fue así que se decidió asistir a las comunidades aliadas. Las primeras cuadrillas de la IBERO Puebla coincidieron en la zona de desastre con otras organizaciones como Ayuda en Acción, Oxfam México y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). La suma de esfuerzos llevó a la conformación de Juntos 19S, una plataforma mediante la cual nueve instancias captaron financiamiento y esfuerzos humanos para atender a cinco municipios damnificados del estado de Puebla.
Sueña tu casa… y constrúyela
Como relata Mercedes Núñez Cuétara, coordinadora de Desarrollo Comunitario de la IBERO Puebla, el proyecto arrancó a principios de 2018 a través de un plan de acción basado en tres ejes: reconstruir las viviendas, sanar el tejido social y reimpulsar las actividades económicas. Cada una de las organizaciones aliadas se concentró en planes específicos para 14 comunidades de la Mixteca Poblana, lo que permitió intervenir 47 viviendas y cuatro espacios comunitarios fracturados.
Parte de las valoraciones preliminares fueron coordinadas por equipos interdisciplinarios de estudiantes. Luisa Jiménez Ríos cursaba el quinto semestre de Arquitectura cuando aplicó para el proyecto de reconstrucción. Allí coincidió con Pilar Solana Lavalle y Rosa Gil Mena, arquitecta y psicóloga respectivamente. “Nos dimos a la tarea de entender qué habían perdido las personas, no solo lo físico. […] No era construir en masa, sino reconstruir lo que significa un hogar”.
La Universidad Jesuita se enfocó así en el trabajo con cuatro familias de Huejotal, cada una con su historia particular. Leonardo Cortés y su esposa Alejandra, un matrimonio en sus veintes, tuvieron a la pequeña Itzayán apenas una semana después del terremoto. José Luis Rojas y su familia, cuya madre era la titular del hogar derruido y quien falleció de COVID. La familia de Jaime Rojas, quienes recientemente dejaron la comunidad. Y Manuela Velázquez, cuyo caso fue acompañado por Luisa, Pilar y Rosa.
El trabajo de planeación y construcción inició con una serie de talleres que pusieron en el centro a las familias. Con la capacitación Sueña tu casa, el alumnado voluntario de la IBERO Puebla puso en marcha estrategias de diseño participativo que permitieron a los futuros habitantes materializar un hogar desde cero.
Durante las labores de reconstrucción de espacios públicos, la cooperativa Arte Espuma recibió asistencia por parte de la Comunidad Universitaria en diferentes momentos. Las productoras fueron invitadas al campus para vender sus jabones artesanales en la celebración del Día de San Valentín. Además, un grupo de estudiantes de Psicología brindó acompañamiento psicoafectivo a las cooperativistas.
El mercadito de Ayotlicha es hogar de proyectos comunitarios de producción y venta de bienes y alimentos. Como Arte Espuma, decenas de comerciantes recuperaron un espacio en el que no solo se comercializa, también se convive y se construye identidad colectiva.
Mercedes Núñez dejó clara la relación horizontal desde el principio: “No vinimos a dar todo. Ustedes también tienen mucho conocimiento”. Involucrar a los beneficiarios en el proceso de recuperación integral permitió resignificar espacios e inmuebles que, sin una atención integral y colaborativa, hubiesen sido absorbidas por la lacra del olvido y la indefensión.